sábado, septiembre 01, 2007

YO LO BAJÉ DE UN HONDAZO A JUAN SALVADOR GAVIOTA

Yo lo bajé de un hondazo a Juan Salvador Gaviota. Pero no sirve para comer. Bicho de porquería, estaba flaco, desnutrido. Y que querés, si se dedicaba a pensar estupideces en vez de buscar algo para picotear y echar al buche como el resto de sus parientes. La poca carne que tenía era fibrosa y dura, y que querés, si se pasaba todo el día volando. Ya le había hecho vicio eso del vuelo y para mí que no lo podía dejar, iba y venía de acá para allá como un loco, andaba dale que dale con el aleteo y con eso de subir cada vez más arriba, si claro, no va a ser subir cada vez más abajo, imbécil, diría mi vieja si me oyera. El asunto es que cuando no daba más, se largaba en picada, cerraba las alas así, como Batman ¿viste? y se dejaba caer, y desde allá se venía con toda, echando putas, ¡Hablá bien animal!, diría mi vieja; se venía echando mujeres de mala vida, directo al suelo, yo creo que desde más alto que los aviones, como una flecha, y cuando se estaba por estampar, levantaba la cabeza y hacía una u y se iba para arriba de vuelta. Como para que no tuviera así las plumas, todas deshilachadas, medias reviradas, como chamuscadas, vos vieras, se le salían solas cuando lo pelaba, yo le calculo que debe haber ido como a ciento veinte el muy bestia, y yo desde acá, le tiraba una pedradas bárbaras con la gomera, pero andá a pegarle, ni si sos brujo. Me pasaba todo el día apuntándole y el resto de los presos se mataban de risa y me hacían burlas. Hasta que lo busqué bien abajo, justo cuando estaba haciendo la u, y ¡fa! le tiré con una piedra de esas chatitas, de esas que son buenas para hacer sapitos en el agua pero que no sirven para hondear, con una de esas, mirá vos, quien lo hubiera dicho ¿no?, le di con toda, a unos veinte metros, lo hice mierda ¡Andá laváte la boca bestia! ¡Parece que yo no te hubiera enseñado a hablar bien! diría mi vieja si me oyera; lo hice necesidades, se escuchó un pum y saltó el plumerio, y el Juan cayó en seco ahí nomás, ni tiempo para pensar sus últimos pensamientos debe haber tenido. Ohhh ¿sabés qué?, yo no lo podía creer, los días que me habré pasado ahí agachado, quieto, medio acalambrado esperando tenerlo a tiro; estaba loco de feliz... ¿Sabés que fue lo único que me falló?, que el piedrazo se lo pegué acá, entre el ojo y el pico, y se le reventó la cabeza, y para todos lados se le volaron los sesos, que era justo lo que más me interesaba; yo los quería cocinar y probar que sabor tiene eso de la libertad.

MAC RIANO

AL OTRO LADO DEL ARCO IRIS


De repente volteaste por sobre tu hombro y pronunciaste mi nombre.-

¿Me olvido algo?, me preguntaste con un tono ligeramente triste.

Revisé entre mis cosas y encontré tu gorra favorita, esa que es toda de lana y te hace la cara redonda como una manzana.- Llevala, te dije decidida.

Seguí buscando entre mi bagaje de recuerdos y encontré una hoja amarillenta con un garabato que parecía un ovillo de lana.-

¿Te acordás?, pregunté iluminándote con una sonrisa. Era el camino para llegar al otro lado del Arco Iris y era nuestro secreto.

Te lo di, sabía que lo ibas a precisar para no perderte en la bruma blanca y espesa, esa por donde transitan las almas que deambulan inertes, grises y vacías.

Junto con el plano para atravesar el Arco Iris te di un manojo de flores secas, que habíamos juntado una tarde de primavera que ya no recuerdo.

Me preguntaste si tenía frío, pero el frío llegaría mucho después.

Por último puse entre tus manos una linterna, que al reflejarla en la pared dibujaba una estrella fugaz, era un regalo tuyo de una Navidad no muy lejana.

Nos abrazamos fuerte, te costaba dejarme allí, sola al costado del camino. Abriste mi plano garabateado y comenzaste a caminar, hasta que el horizonte te convirtió en un punto casi invisible.

El tiempo pasó y sabía que no ibas a volver, pero cada noche te busco, me asomo por la ventana y una lluvia de flores secas cae sobre mí al tiempo que una estrella fugaz me guiña el ojo cómplice, como diciendo:

- Acá estoy, finalmente llegué.


Dedicado a mi viejo.


LAURA

SANGRE VENCEDORA


En la oscura soledad de tu baldaquín meditas concentrado. La hiperestesia de tus sentidos te trae a la conciencia cada uno de los estímulos de tu cuerpo. Escuchas tan claro como si fuera un torrente de montaña el fluido discurrir de tu sangre en el cauce azul de tus venas. Observas que por ellas deriva el caudal antiguo de todos tus antepasados, su herencia de siglos, sus potencialidades y sus deficiencias, sus genes mezclados y recombinados en una indescifrable receta como vino elaborado en barricas de ocultas catacumbas.


El incomunicado ensimismamiento de meses te ha potenciado al máximo la mente y el cuerpo. Como guerrero de las llanuras griegas en competencia, tu desnudez es protegida sin más que por el escudo de tu entereza y tu determinación.


Pero basta. Llegó la hora.


Te alzas en la tibia penumbra de tu pabellón resguardado y te acercas al puente tendido en el desfiladero que une tu orilla segura con el farallón inexplorado. Tu misión se alza gigantesca ante tu pujanza y las sombras se preguntan si serás capaz de rebasar el puente solo, pues como gaviota en alta mar, a partir de este momento dependes de ti mismo.


No vacilas.


Pones el pié en el inicio del puente colgante y éste cimbra sobre el vacío. La noche por compañera y la oscuridad como soporte de tus pies, avanzas.


La lucha comienza.


Bruscamente, a borbollones, extrañas fuerzas erupcionadas de todo el entorno zarandean tu cuerpo, oprimen tu carne y paladean tu temple de guerrero.


Tambaleas, pero insistes y acometes con añeja y familiar hidalguía. Cada paso lo registras más pesado, la resistencia más violenta y despiadada, el aliento más escaso y limitado. Tu cuerpo invierte sus energías en la justa medida pero al final languidece.


No así tus ánimos.


Sabes que puedes hacerlo y en lo íntimo de tu ser escuchas ya las campanas de la victoria. Las fuerzas que te oprimen con saña no hacen sino acrecentar la intrepidez de tu espíritu, forjando nuevos bríos ahí donde ya no queda sino flaqueza. Y cuando llegas al límite de tu resistencia, das el paso final, el definitivo.


Una luz cegadora te envuelve, el viento helado azota tu rostro y un ambiente hostil te golpea inmisericorde el cuerpo.


Pero has vencido.

Llegaste.


Un grito de victoria se escapa de tu garganta y se prolonga en el tiempo.


Naciste.


¡ES UNA NIÑA!

OSCAR LOPEZ GUERRA

EL DON


Nací con un don que me ha dado en la vida, más de un dolor de cabeza, pero como yo no lo pedí y nunca podré deshacerme de él, decidí hacer lo posible por vivir normalmente. Estudié Ingenieria Química y empecé a trabajar apenas pude, me hice vendedora de produtos farmacéuticos y después llegué a gerenciar una pequeña compañía de químicos; en este puesto y quizás por la dedicación que entrañaba, estuve tres años sin que "mi percepción" se activara, durante ese tiempo dejaron de invadir mi cabeza los pensamientos de otras personas. No, no soy capaz de leer la mente de la gente a voluntad, sólo sucede algunas veces y generalmente hay un motivo, como en el caso de Chuchón.Chuchón era el mandadero de la oficina, sin embargo sus papeles decían que era capaz de manejar varios programas de computación sin problema. Era un muchacho invisible para mí hasta que empecé a escuchar sus pensamientos. Me tomó un par de días darme cuenta de donde venían, al principio los confundí con los de Edgar, el más viejo de la oficina, hombre amargado al que estabamos a punto de jubilar por su mal carácter.Pobre Chuchón, su culpa era grande, no vivía en paz hasta que llegaba la noche y se entregaba al sueño sanador. "Criatura incapaz" se llamaba a sí mismo y pasaba los días llenándolos de soluciones sin sentido, de penitencias incumplidas; fustigando a cada momento su inconciencia e incapacidad. Me bastaba mirarlo para escuchar sus monólogos mentales. Lo veía ir y venir llevando papeles, café, galletas y haciendo toda clase de mandados eficientemente, sin sonreir, mirando apenas a los que obedecía. El trajín de la oficina lo mantenía en un trance hasta que a la hora del almuerzo, su hambre lo devolvía a la realidad. Un día, cansada de escuchar su tortura diaria sin saber exactamente porqué, decidí hacer algo.- Miguel, ¿verdad?- Sí, señora...¿qué se lo ofrece?- ¿Almorzaste?Contestó que sí mirando el suelo, sus manos se juntaron esperando la orden, pero en su cabeza no podía creer que lo hubiera llamado por su nombre.- Necesito que me ayudes a pasar estos datos a la computadora.- Yo, no..., ah...No le di tiempo para que continuara hablando, puse los papeles en su mano y lo llevé frente al computador. Se sentó dócilmente, le expliqué que quería, mientras tanto en su cabeza sólo resonaba: "ella necesita mi ayuda". Lo dejé sólo. Más tarde me acerqué a él y escuché sus pensamientos: "yo puedo, yo puedo, yo puedo...". Tenía una sonrisa que no le conocía. Después de ese día las cosas mejoraron para él, rondaba mi escritorio buscando que lo llamara, hasta que se convirtió en mi asistente. Dejé de oir sus pensamientos una mañana cuando vino a pedirme permiso para salir más temprano porque tenía un compromiso.Si bien nunca llegué a conocer el motivo exacto de su comportamiento, las cosas mejoraron cuando le dí una oportunidad, creo que se sentía culpable por no ser capaz de dejar la monotonía de su existencia.No siempre se arreglaban tan bien las cosas y hube de padecer iniquidades en manos de aquellos a los que pretendía ayudar, pero de eso me ocuparé otro día.