En la oscura soledad de tu baldaquín meditas concentrado. La hiperestesia de tus sentidos te trae a la conciencia cada uno de los estímulos de tu cuerpo. Escuchas tan claro como si fuera un torrente de montaña el fluido discurrir de tu sangre en el cauce azul de tus venas. Observas que por ellas deriva el caudal antiguo de todos tus antepasados, su herencia de siglos, sus potencialidades y sus deficiencias, sus genes mezclados y recombinados en una indescifrable receta como vino elaborado en barricas de ocultas catacumbas.
El incomunicado ensimismamiento de meses te ha potenciado al máximo la mente y el cuerpo. Como guerrero de las llanuras griegas en competencia, tu desnudez es protegida sin más que por el escudo de tu entereza y tu determinación.
Pero basta. Llegó la hora.
Te alzas en la tibia penumbra de tu pabellón resguardado y te acercas al puente tendido en el desfiladero que une tu orilla segura con el farallón inexplorado. Tu misión se alza gigantesca ante tu pujanza y las sombras se preguntan si serás capaz de rebasar el puente solo, pues como gaviota en alta mar, a partir de este momento dependes de ti mismo.
No vacilas.
Pones el pié en el inicio del puente colgante y éste cimbra sobre el vacío. La noche por compañera y la oscuridad como soporte de tus pies, avanzas.
La lucha comienza.
Bruscamente, a borbollones, extrañas fuerzas erupcionadas de todo el entorno zarandean tu cuerpo, oprimen tu carne y paladean tu temple de guerrero.
Tambaleas, pero insistes y acometes con añeja y familiar hidalguía. Cada paso lo registras más pesado, la resistencia más violenta y despiadada, el aliento más escaso y limitado. Tu cuerpo invierte sus energías en la justa medida pero al final languidece.
No así tus ánimos.
Sabes que puedes hacerlo y en lo íntimo de tu ser escuchas ya las campanas de la victoria. Las fuerzas que te oprimen con saña no hacen sino acrecentar la intrepidez de tu espíritu, forjando nuevos bríos ahí donde ya no queda sino flaqueza. Y cuando llegas al límite de tu resistencia, das el paso final, el definitivo.
Una luz cegadora te envuelve, el viento helado azota tu rostro y un ambiente hostil te golpea inmisericorde el cuerpo.
Pero has vencido.
Llegaste.
Un grito de victoria se escapa de tu garganta y se prolonga en el tiempo.
Naciste.
¡ES UNA NIÑA!
OSCAR LOPEZ GUERRA
No hay comentarios.:
Publicar un comentario