miércoles, julio 11, 2007

LA RESPUESTA DE LA ABUELA EMILIA

La abuela Emilia debió vivir, muy a su pesar, el evento de la minifalda.
Este hecho revolucionario en los hábitos y costumbres de las mujeres de casi todo el mundo, partió de una intuición fulgurante de su creadora, la inglesa Mary Quant, allá por los inicios de la década de los sesenta del siglo recién pasado.
Muchas cosas cambiaron con esa explosión visual, de la noche a la mañana, de un tercio de muslo femenino paseando por calles y plazas.
Desde precoces adolescentes a irreducibles viejos verdes, el universo masculino vibró como una sóla cuerda sensual, aprobando, casi, a la unanimidad la nueva y audaz moda.
No fue, en absoluto, el caso de la abuela Emilia, que con sus orgullos ochenta y tantos años, de pura cepa castellana, combatió en todas las sedes posibles la llegada de la minifalda, que consideró el comienzo del desmoronamiento absoluto del pudor, además de una clara artimaña de Belzebú.
Considerando que en los tiempos de los padres de la abuela Emilia las mujeres más audaces dejaban ver sólo el tobillo, que poseía una carga erótica impresionante para los jovenzuelos de entonces, y el pasaje a la exhibición de media pantorrilla ocurrió durante la generación de la abuela. Entonces, llegar al casi medio muslo desnudo, era decididamente demasiado para su mentalidad
Ella, que usaba largas polleras, enaguas, refajos y etcétera, en fiel respeto a los usos y costumbres de los inicios del siglo XX, y que prefería colores en tonalidades de un severo marrón viudo, no podía aceptar esta moda insólita e incomprensible, escandalosa y desvergonzada –decía.
Corrían estos tiempos cuando la abuela Emilia fue a pasar un verano a la capital, donde uno de sus innumerables hijos; porque la abuela Emilia tuvo doce hijos, y el padre de ellos fue tan malo como Satanás –decía- y la abandonó con toda esa parvada de chicos, después de haberle vendido gran parte de sus tierras.
Pero esta grande mujer, se la ganó al infortunio, sin nunca perder su buen humor y picardía; pero la minifalda no la aceptó.
Su frase preferida era: “La vida es un fandango, y el que no la baila es un buen tonto”.
Que su marido haya sido colega del habitante de las tinieblas les quedó claro a otro grupo de nietos, de los incontables que ella tenía.
Un día que les estaba contando parte de su vida y cómo la atormentaban la llegada de los atardeceres en su casa de campo, con ese sol que se volvía un disco de sangre detrás de los álamos del horizonte. El olor a vegas y mentas se mezclaba al croar de la ranas y a su inmensa tristeza.
Eran tan atrapadores estos relatos que cuando se sientieron los golpes a la puerta de ingreso, ningún nieto se alzó, aún embrujados por las palabras de la abuela; pero fue ella que se alzó de su sillón, parsimoniosamente, y se dirigió al ingreso, cimbreando su pesado cuerpo de cintura fina, espaldas estrechas y amplias caderas.
Cuando abrió la puerta se encontró frente a un viejecillo vestido de franciscano, que la miró desde dos ojos de carbón profundo. La abuela Emilia lo reconoció de inmediato, era su marido, al cual no veía desde años incontables.
Antes del portazo, todos la escucharon casi gritar:
-¡Satanás, vete a los profundos infiernos!
Después, pálida, pero serena y controlada, se sentó en su sillón y se quedó pensativa y ausente, como cuando regresaba de sus ataques epiléticos.
Algunos nietos se asomaron a la ventana y vieron la figura de un franciscano que se alejaba a pasos lentos, la espalda curvada por el peso de los pecados capitales y colgando del brazo una inmensa maleta negra.
Algú tiempo después llegó la noticia de su muerte. Lo habían encontrado dentro a una cuneta, completamente borracho, ahogado en sus propios vómitos y vestido de fraile franciscano, a la venerable edad de casi noventa años.
Este hábito de franciscano lo había conseguido quizás con qué contactos terrenos, o no sólo. El hecho es que esta congregación religiosa le había dado techo y comida en sus últimos años de vida, con el deber de recolectar limosnas públicas, que él hacía confluir a las arcas de ínfimos bares y oscuras bodegas clandestinas de vino. Pero ésta es otra historia.
Habíamos dejado a la abuela combatiendo en la capital contra el uso y abuso de la minifalda. Prenda que ya había hecho exclamar a algunos estetas del cuerpo femenino, frases algo naturalistas como ésta: “Una mujer hermosa, en minifalda, es el paisaje más bello que nos ha regalado la vida”.
Sin embargo, la abuela Emilia rechazaba, con severo vigor, todo juicio favorable, considerando la minifalda una perversión de la moral apostólica, y lujuria de los sentidos que precipitan hacia el vicio, sin posible cambio de ruta. Para ella estaba claro que Sodoma y Gomorra mostraban sus siluetas en horizontes bíblico, cada día con mayor nitidez.
Palabras de fuego apocalíptico esgrimía la dulce abuela Emilia, baluarte inexpugnable de esos viejos tiempos, que comenzaban a desintegrarse y pulverizarse –sentenciaba.
Para ella, era el momento de resistir y combatir, de modo que cada vez que veía a sus nietas de la capital, con la famosa minifalda, les decía:
-¡Chiquillas frescas, sáquense ese vestido indecente!
La respuesta no se hacía esperar, y era casi siempre la misma:
-¡Pero abuela, no sea enchapada a la antigua, mire que son los tiempos modernos!
El intercambio de frases, nunca iba más allá de ese ritual; pero la abuela Emilia tenía otro motivo, además, para ir acumulando adrenalina y meditando una respuesta contundente y definitiva a tanto desacato a los sentidos.
Se trataba del hecho que sus nietas colgaban sus enormes calzones en la parte central de la cuerda para secar ropa, y que atravesaba el centro del patio. Esto durante los días de lavadora; pero no contentas con esta afrenta, que ellas consideraban una simpática broma, colocaban a ambos lados de ese antiguo indumento íntimo, y testimonio de tiempos pasados, los mínimos de ellas, para acentuar el contraste y la burla.
Fue un día de sol resplandeciente cuando la familia decidió pasar el fin de semana en la playa, en busca de brisa marina y lejanía del caos metropolitano. La abuela Emilia formaría parte de la alegre compañía.
El tráfico de autos rumbo a la costa, como en sentido contrario, era bastante intenso ese día de verano. A un cierto punto la abuela, ya bastante fastidiada de escuchar esa música de “locos”, le pide a su hijo que detenga el auto, porque deseaba ir al baño.
El paisaje costero aparecía completamente desierto de bares, cafés o algo parecido donde poder detenerse. Se divisaba sólo un amplio y vacío horizonte en todas las direcciones cardinales.
El auto se detuvo al borde del camino y alguien dice:
-Métase detrás del auto, abuela, mirando hacia los campos y haga su pipí.
Pero esa solución no estaba en los planes de la abuela, la que se dirigió, con su lento caminar balanceadito, detrás del auto, pero no al costado sino a popa, y con su cuerpo completamente visible a los autos que debían superar al de la familia en paseo playero, como a los que venían en dirección contraria.
Era el marco y escenario ideal, ese que la abuela necesitaba para su fulminante respuesta a tanto desacato y relajamiento de las buenas costumbres y atropello a la tradición.
La abuela Emilia se encluquilló y alzó con decisión los refajos, enaguas, polleras etétera, hasta la cintura, dejando al aire su enorme y blanco posterior, completamente al interno de la carretera, tanto que el insólito espectáculo era perfectamente visible a las miradas de los estupefactos viajeros que se cruzaban en ese punto desde ambas direcciones de marcha.
Las nietas habían descendido, quedado tan atónitas, como rojas de vergüenza, que no sabían que hacer en propósito.
Trataron, de algún modo, de cubrir las generosas y blancas desnudeces posteriores de la abuela Emilia, que imperturbable cumplía la más líquida y natural de las funciones humanas.
-Abuela, por Dios –le gritaron las nietas- ¿Qué está haciendo, acaso se volvió loca?
-De qué se escandalizan, chiquillas, si son los tiempos modernos –les respondió-, sin un gesto en su anciano rostro, perdido en las lejanías.
De vuelta de la playa, la abuela Emilia comunicó a toda familia, que abandonaba para siempre la capital, que era –dijo-, una auténtica ciudad de corrupciones, y de comunistas.
Corría la década de los sesenta del siglo pasado. Tiempos del advenimiento epocal de la minifalda, auténtico símbolo de la belleza femenina, pero razón y causa de las rabias de la combativa abuela Emilia.

MANDRUGO
SERGIO MANRIQUEZ
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PRESO EN TU MIRADA


Aquí me quedare
preso en tu mirada
donde tus ojos claros
alzan su cascada de luna,
la luna de luz verde
de tus radiantes pupilas
la luz, la luna mía
que refleja tu hermosura,

sobre el lago azul
en el lento otoño,
tu grandeza muestra
su bosque de rosas,
las bellas rosas de planta
de mi valle sonoro,
que es un espejismo
para mis besos ciegos
en tu vientre de fuego
de avena y de trigo.

Por eso amor mío
aquí me quedare
preso en tus pupilas,
me forjare de ellas
en clorofila florido,
por tu vientre de fuego
seré desnudo trigo,
y por tus anchas caderas
un ladrón desconocido.

NEISON GAONA QUEVEDO
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LA LLUVIA.... SU HISTORIA


La vida era feliz en un pueblo cualquiera, y las flores que nacían, eran bellas. El trigo que se cosechaba era sano, fuerte y espigoso, con una luz que daba a su fin al marchitar el alba.

Los pequeños rios, relucían , se sentía gozo y alegría escuchar a los pájaros juguetear en los estanques.

Era primavera, y bajo un sauce, al albor de una noche fresca, dos sombras se encontrarón, una huía de un peligro, herido estaba de muerte, y en su persecución cazadores le seguian. La otra sombra lo acunó en sus rodillas, a la orilla del estanque.
Le lavó sus heridas y le contó cosas dulces para que no desfalleciera. A la luz de la luna sus ojos se encontrarón, y la sombra herida resumió todo lo que sintió en un "ohh" de amargura, pues le producía dolor haber encontado a la joven más hermosa de su vida a las puertas de la que sabía era su muerte.

La sombra ilesa también captó el sentir, y amó a aquella figura de rostro enjuto, cubierto de heridas y de sangre desde el momento en que posó sus manos para ayudarle.

Nunca llegarón a decirse sus nombres, nunca el amor fue consumado, más una figura llegó al borde del claro. Su perseguidor al fin le había encontrado y esperaba paciente para darle muerte. La sombra femenina que cuidaba aquel cadáver viviente lo tendió a la orilla del estanque y le susurró unas pálabras al oído.

Después se levantó, con delicadeza, se fue acercando suavemente hacía la figura del perseguidor, y con su dulce voz entonó una melodía de ensueño:

"Crees que con la tristeza, morirás con toda entereza?, el sol no se pondrá
si crees en lo que deseas, y buscas la muerte por venganza,
sabrás que la vida no te quitará, las cosas que da la esperanza.
No existe un destino marcado para seguir, intenta huir de esos sentimientos, que tan tristemente te sobrecogen. Gran guerrero eres,
tu presa esta al limite de sus fuerzas, déjala ir, o muerte ven, y arrástrame con él"


El encapuchado bajó la mirada, la figura allí sentada, solitaria emitía como una luz pálida en la plateada noche, no había brisa alguna y en aquel anochecer el bosque estaba hundido en la penumbra de un silencio sobrecogedor.

El encapuchado dudó una vez, más no dudó dos veces, destruyó dos vidas en aquel lugar, y cumplió su deseo de venganza.

Sus cuerpos quedarón en el estanque que ocultó su amor durante aquellos breves instantes de vida, y con el tiempo ellos mismos formarón parte de aquel bosque, pues aunque murierón sus cuerpos, su amor nunca murió, la muerte no lo pudo destruir ni tampoco la maldad. El deseo era tan profundo que aquellos dos seres nunca dejarón de existir, pues sus cuerpos se convirtierón en agua, se convirtieron en la lluvia, que transmite humedad a los que más lo necesitan y renuevan con esa sensación de placidez de las almas ajenas.

Cuando una nube llora, en realidad esta pidiendo clemencia por los pecados, recordándonos a todos, aquella vieja historia de dos seres que murierón, pero que más allá de nuestra vista, nos contemplan en el liquido de la vida, con todo su esplendor.

El perseguidor marchó del bosque, y nunca más se volvió a saber de él. Tuvo una vida llena de insignificancias, revolviéndose en el placer que había conseguido al cumplir su venganza. Este perseguidor nunca fue feliz, pues vivió con la convicción de que su destino estaba ya predicho, y no se dio cuenta de que los destinos son lo que nosotros vamos marcando. Este encapuchado se dio cuenta tarde de ello, cuando ya era viejo y no podía cambiar su vida ni la de los que lo rodeaban. Solamente se limitó a andar de pueblo en pueblo, de plaza en plaza, contando aquella historia de dos vidas que ahora brillan en la lluvia.

" Ese viejo perseguidor, soy yo"

gfdsa-ELISA
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lunes, julio 02, 2007

DE RAZONAMIENTO Y DE AMOR


Muchas metáforas son errores categoriales, hermosos errores que nutren la poesía pero con todo siguen siendo errores de categoría, doblemente errores: por hermosas y por errores… M. Otero.


Nada que toma forma en palabras, ideas y gestos
a golpe de razonamientos convencidos y evidencias efímeras
sostenidas en el hilo de los silogismos
derritiendo en la causalidad las esperanzas fallidas.

Laberinto de pertenencias y ausencias labradas
que conduces el cause màs pronunciado de la existencia
hormas el paso sinuoso, de riesgo y peligroso
creciendo la vida en las venas.

De la falacia huyes en genuina subsistencia
andando solo tu camino que al vuelo vas trazando
desligando contextos, esquemas y procederes
rescatando los instantes y olvidando el tiempo.

Si equivoco la ruta del amar y el pensamiento
suspiro y suelto las categorías a la ciencia
lloro y entrego las palabra la poesía
que finalmente no soy más que carne y esencia.

LUZYALEGRIA
México
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SANTIAGO-TRAN-SEX-EXTREMO


Como de costumbre Humberto, parte temprano a su trabajo, lleva su colación y el sueño eterno de conocer aquella mujer, que dibuja en su mente en las horas de ocio. Su sueño, es descubrirla en el trayecto de la mañana o de la tarde, cuando cansado vuelve a casa, sin embargo, algo ha trastocado su obsesión, y claro el tiempo y el espacio que se guardaba para él, simplemente se había desplomado, ya no era placentero andar en el Metro, de pronto era una lucha a muerte el obtener un lugar y viajar cómodamente y llegar a su puesto de júnior y disfrutar mirando las bellezas que se cruzaban en cada una de las salidas que realizaba en los tramites bancarios que su función exigía. Sin embargo, aquel lunes 12 de marzo, algo diferente había en su ser, algo que no alcanzaba a comprender…………….tal vez un cosquilleo intra-abdominal…….desconocido…..silencioso…….placentero……que hacia que su alma……cantase como alondra……………..algo bueno…va a pasar……y con esa fe en su cabeza…….atravesó los umbrales….uno a uno………la puerta principal……la calle…….el metro…..la calle nuevamente …..etéreo……. difuminándose entre el smog y el hedor del gentío matutino, su instinto lo envolvía, su mente no dejaba de pensar que ahora sí iba a encontrar a esa mujer tanta veces soñada: Baja la escalera del Metro y el sopor lo envuelve nuevamente, sus sueños de aquella mujer y el calor del anden va generando una extraña mezcla que involuntariamente convergen en su sexo abultado dentro de su pantalón, saca su ticket y se acerca a esperar el carro que por una operación matemática personal siempre es el tercer carro. Pasan los segundos y se aglomera la gente ansiosa por tener un mejor lugar y subir, de pronto el carro y como ya venía siendo desde ese lunes 12 de marzo, una lata de sardinas, mas la presencia del carro, lo despierta y se apresta a subir a como de lugar. Se abren las puertas y bajan diez personas y treinta esperan subir. Humberto, hace caso omiso de esperar que bajen los que tienen que salir y se escabulle y logra un lugar relativamente cómodo, pero de pronto una masa humana sube y queda apretado en un metro cuadrado que solo en el subte puede sumar tal cantidad de gente, a la desesperación por la situación, pues por esas cosas de la vida delante suyo quedó una mujeraza, de aquellas que mezclan lo africano con occidente, notable no más, pero por culpa del Metro, Humberto no puede observar tremendo cuerpo de mujer, si no sentirla y ensamblar su cuerpo con cada una de esas curvas que se acoplan con su perfil. Inconscientemente, su mente se conecta con ese sentimiento de encontrar ahora por fin a la mujer de sus sueños, claro nunca pensó que iba ser mulata, mas las circunstancias lo tenían ahí, la que siempre soñé, se decía y su mente volaba y también la preocupación de cómo abordarla si su cara se perdía en el frondoso y motudo cabello de la mulata. Estaba en aquellas profundas reflexiones cuando siente como una ráfaga de aire frio que se cuela en sus oídos,....
Oye chico!! córrete mas p´ atrá que esta molestando!! ..Como que tu no te das cuenta, chico!!.
Humberto, ofendido, con su soliloquio destrozado, vuelto a la realidad y herido en su orgullo de macho, le enrostra con un dejo de prepotencia...que no se da cuenta que estamos en la hora peack del Metro Señora!! que no hay espacio?, a lo que la mulata con picardía contesta… ta bien mi vida, pero corre el peack para otro lado!!...

HOMBRENUEVO
SANTIAGO CHILE
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El PATITO DE GOMA


La bañera no era lo suficientemente grande para un baño de espuma. Teresa siempre quiso tener una mayor, de esas redondas con doce salidas de agua a presión distribuidas por todo el perímetro, pero tuvo que conformarse con la que ya estaba instalada en el piso. Una bañera que en otro tiempo había sido blanca y que probablemente nunca había sentido la espalda de una mujer desnuda. Al menos desde que Teresa y Román vivían allí.

Román era un hombre de manos ásperas. Hasta la reducción de plantilla, trabajaba en la fábrica del pueblo. Pero de eso hacía ya más de 300 litros de alcohol. Con su empleo se fueron la mitad de sus sueños y la otra mitad se habían convertido en pesadillas.

Por la mañana, Teresa no podía levantarse. Reconocía esos síntomas, no era la primera vez que Román le pegaba una paliza, pero ese lunes el dolor le parecía insoportable. Totalmente inmóvil sobre la cama trataba de olvidar que su marido estaba a no más de treinta centímetros.

La niña despertó. Teresa rezó porque no empezara a llorar, pero Dios no escuchó sus plegarias. La pequeña Eva protestó por sus cinco meses de vida. Román se revolvió sobre las sábanas y empujó a Teresa.

- ¿Es que no oyes a tu niña?

Teresa trató de ponerse en pie, pero a duras penas consiguió gatear hasta la habitación contigua.

- Eva, preciosa. Shhhh... –susurró Teresa–

Haciendo grandes esfuerzos consiguió sacarla de la cuna y la llevó hasta el lavabo para darle un baño. Resonó de nuevo la voz de Román:

- ¡La niña, joder!

Al oír esa voz, Eva lloró más fuerte aún. Teresa trataba de calmar a la niña, pero no lo conseguía. Pensó que quizás se tranquilizaría con el baño, así que tiró el patito de goma sobre una de las flores desgastadas del fondo y empezó a rellenar la bañera. Tito, que así se llamaba el patito, cayó de cabeza y dejó escapar un sonido agudo. Teresa habría querido ser como Tito la noche anterior, cuando Román descargaba los puños en su cuerpo.

Tito se balanceaba sobre el agua revuelta, con su sonrisa eterna, pero Eva no dejaba de llorar.

- ¡O se calla la niña o te mato!

Teresa sentó a Eva en la bañera y empezó a pasar la esponja suavemente por su piel, pero Eva lloraba y lloraba.

- Te vas a enterar...

Ese ruido era inconfundible. Era el cinturón de Román acercándose. Presa por el pánico Teresa tapó la boca de Eva y viendo que no conseguía silenciar sus gritos sumergió a la niña en el agua.

- Ya se calla, mi amor, ya se calla...

El pequeño cuerpo de Eva dejó de agitarse. Cuando abrió la puerta del lavabo, Román encontró a su mujer de rodillas, sujetando con sus manos mojadas los pocos kilos que pesaba Eva, su preciosa Eva, totalmente inmóvil, fatalmente muda.

JAUME PONS
BARCELONA ESPAÑA
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