domingo, mayo 06, 2007

UNA VISITA INESPERADA

A las cuatro de la tarde abandono el trabajo agotado, destrozado, hecho polvo. He atendido ocho horas sin pausa y con paciencia las llamadas telefónicas de un motón de energúmenos histéricos. Camino hacia el metro bajo un cielo triste. Una palio gris cubre la ciudad que aguarda soñolienta la remota llegada de la primavera. Detesto viajar en metro. No soporto los rostros de la gente, esas miradas vacías, de derrota; y sin embargo agresivos, al acecho, irritados por las amenazas que supura el miedo. Viajo cinco estaciones y salgo aliviado de aquel sótano atestado de silencios y amargura. Ando presuroso el último trecho que me separa de mi casa, ansioso por irme a pasear con Cook, mi perro. Es lo único que me relaja después de tanto trabajo. Tengo ya las llaves en la mano cuando me doy cuenta de que la puerta de mi apartamento está entreabierta. Un sudor helado se desliza por mi frente de piedra. Tal vez ladrones pienso espantado y ruego que no le haya sucedido nada al perro. Sin saber aún que hacer escucho de pronto una voz melodiosa que me habla desde el otro lado de la puerta:
-- ¡Venga Eduardo, entra ! ¿ A qué esperas?-- y añade, -- Mira que el café se va a enfriar.
Abro la puerta despacio y voy hasta la cocina. Me encuentro con un hombre de edad indefinida, rubio, de ojos azules, bien parecido, vestido de un blanco luminoso que me sirve un café mientras con la otra mano le ofrece una galleta a mi perro, que de contento no para de mover la cola. Me pone un taza entre las manos que yo acepto todavía con la boca abierta.
-- Ten ¿ Pero qué haces ahí parado? Anda, vete al salón que está esperando el otro pesado.
-- ¿ Qué otro...? -- logro balbucear.
Recostado en el sofá mirando la televisión, mi televisión, está sentado un tipo de aspecto siniestro, alto, delgado, con un pullover negro de cuello alto, de aspecto triste que cambia aburrido de canales. Este segundo personaje me dirige la palabra sin dignarse a echarme una ojeada:
-- Ven Eduardo, siéntate. Obedezco. A continuación aparece el rubio con mi perro trotando detrás suyo y se sienta a mí lado. Yo me achico empotrado ente los dos.
-- Qué tristeza, sólo miseria y dolor en este mundo -- exclama afligido el personaje sombrío que sólo muestra interés por las noticias más lúgubres.
-- Venga, venga. No seas aguafiestas. Si la gente no se desmadrase nos quedaríamos sin trabajo -- responde chistoso el rubio.--
El otro le lanza una mirada furibunda que sólo escupe reproche. No dejan de observarse. Es un duelo. Miden fuerzas, hasta que por fin ambos centran su atención en mi persona. El uno con la mirada clara, transparente, entre amable y burlón. El otro, profundo, con aquellos ojos oscuros que brillan como dos ascuas de fuego negro. A estas alturas ya no me extraña haberme encontrado con dos desconocidos en mi casa. Tampoco me maravillo de que Dios y el Diablo hayan tenido tan grata ocurrencia, como si se tratase de la visita inesperada de dos viejos amigos. Lo único que aún me sorprende es que no pueda distinguirlos. No sabría decir quién es el uno y quién es el otro.



Churruka


Barcelona España/Alemania


1 comentario:

Vivianne dijo...

Gracias por tu aporte en nuestro blog de letras, es una bella historia, una celestial pugna de divinidadades que conforman la dualidad de nuestros sentimientos.